En el centro, está el mismo infierno en donde tiene su Señorío el pecado de la gula.
Las cabezas de los insurgentes decaitados en 1811 (Hidalgo, Aldama, Allende y Jiménez), una vez consumada felizmente la independencia por Agustín de Iturbide y su Ejército Trigarante en 1821, se decidió bajar los cráneos de la Alhóndiga y llevarlos a la ciudad de México en urnas. Su paso por distintas poblaciones fueron motivo de orgullo y aplauso, y en algunas ha quedado registro de este hecho, como aquí en el templo franciscano se colocó una placa señalando tal acontecimiento. "... pasí la noche del 2 al 3 de septiembre de 1823 una urna conteiendo los cráneos de los preclaros insurgentes...".